Hablar de “la mayor purga en la historia de RTVE” no es
ninguna exageración. Sólo podría admitirse esa definición si se tiene en cuenta
la cantidad de “depuraciones” que se han hecho en muy poco tiempo. Con otros
gobiernos este tipo de actuaciones se efectuaban de una manera mas ralentizada
que, en cualquier caso, no puede dejar de ser criticada al mismo nivel que lo
que está ocurriendo ahora. El fin perseguido es el mismo: el reafirmar que la
radio y la televisión “del gobierno” no se convierten en medios plurales preocupados
por formar, informar y entretener en vez de manipular dando realce informativo a
la fuerza o fuerzas políticas que ostentan el poder y condenando al absoluto ostracismo
mediático a aquellas que conforman la oposición.
Lo peor de todo es que este tipo de prácticas se han
desarrollado durante tantos años en España que, por imitación, en esta sociedad 3.0 que ahora
disfrutamos vivimos rodeados de plataformas de comunicación, redes sociales y grupos de conversación en nuestros teléfonos móviles en los que el respeto por
quien opina distinto brilla por su ausencia. El maniqueísmo se ha impuesto al
respeto a la pluralidad. El que ve las cosas negras no acepta a quien las ve
blancas y considera iluso a quien apuesta por la gama cromática del arco iris.
En este país hemos tenido, tenemos y, me temo que seguiremos
teniendo, la radio y televisión “del Gobierno” y las radios y televisiones “de
los gobiernos regionales.” No obstante, siempre habrá quien diga que una de las acepciones
del adjetivo “público” en el diccionario de la RAE ampara que podamos hablar de
“medios públicos” por el mero hecho de que pertenezcan “al Estado o a otra
Administración”. Con todo, dado que otras de las acepciones del término no
acaban de cumplirse en la situación que nos ocupa, casi mejor evitar tal
adjetivo para no devaluarlo.